Archivo de septiembre, 2007

Gominolas de hotel

Posted in Sin sitio on septiembre 29, 2007 by siralsenbert

 

Madrid. Ouka Leele

Al entrar a un hotel siempre te puedes encontrar un extraño cartel que reza: se ruega el consumo moderado de gominolas.

La perplejidad te inunda, te acosa, son momentos en los que no te fías ni de tu sombra, ni de ti mismo, no puedes creerlo, miras a un lado, miras a otro; compruebas que estás frente a la puerta del ascensor del hotel -sí, es un hotel- que te llevará a tu habitación y frente a esa extraña recomendación; relees con el rabillo del ojo de nuevo el cartel, te ríes, sólo queda reírte del cartelito de los cojones pero adviertes a la vez que eres el único que lo hace. Allí hay gente enchaquetada, vestida de punta en blanco, serios, con sus maletines de negocios, sus corbatas de seda, sus miradas de empresa. Lo vuelves a leer. Necesitas recuperarte, tú y tu confianza en ti mismo. Y a tu sombra tras el desprecio que le has hecho: no te has fiado de ella y has de recuperarla. Lo relees. No te queda más opción que hacerlo para creértelo. Ya han sido tres las veces que lo has leído. Y te ríes por segunda vez. La situación es irracional, surrealista. Allí en ese hotel de cinco estrellas con extras sorpresa (rezaba el catálogo de la agencia de viajes). Tomas el ascensor, pulsas el botón número cinco. Asciendes, nadie va contigo, te hablas a ti mismo, repites en voz baja, en voz alta –nadie te escucha-: “tiene cojones la cosa, ¡consumo moderado de gominotas!, tiene guasa, joder”.

Sales del ascensor, sacas las llaves de la habitación 517 y abres la puerta. De repente lo entiendes todo; te ríes, te quitas la chaqueta, la corbata, la camisa, los zapatos, los calcetines, los pantalones. Te quedas en calzoncillos. Apagas la luz y sigues riéndote.

De lo zurdo y lo diestro

Posted in Sin sitio on septiembre 26, 2007 by siralsenbert

Imagen pública extraída de Flickr. Lyn Gemaque

Era hora de hablar de ella. No es fea, no es pobre, no es tonta. Es, sin embargo, mi amiga Fulgencia, Genchi para los amigos. Dejó de ser diestra a los diecisiete años; ahora es zurda. Usa la zurda para todo. Te guiña el ojo izquierdo cuando está de buen humor, descuelga siempre su bolso desde el lado izquierdo de su torso y duerme, sí, lo sé, en el lado izquierdo de su cómoda cama.

Es mi amiga y puedo certificar ahora, y mañana, si me obligáis, que nunca conjugaré el pretérito perfecto ni el imperfecto del verbo ser ni con ella ni con la amistad que nos une, y nos tienta, y nos junta y nos encarama el uno al otro.

Lleva seis meses saliendo con un chico muy guapo. Pero sigue siendo mi amiga y sigo rescatándola del lado zurdo de su cama. Ella me rescata desde el lado diestro de la mía. La situación es divertida y como amigos no podemos comprometernos más. Tampoco queremos.

Pero, ahora pregunto: ¿quién más debe saber que es mi amiga? ¿Su chico guapo, quizás? ¿Mi novia formal?

Nos divertimos, repito. Me gusta su lado zurdo y a ella le gusta mi lado diestro; ella no es fea, yo no soy tonto. La amistad, entre personas de distinto sexo tiene, para un heterosexual como yo, un componente irracional. Ni zurdo ni diestro, es algo así, irracional, de chispa, de hoguera, de incendio sentimental, afectivo, vital. Su amistad imprime si cabe, más vida a mi vida.

Sin puto borrador 2

Posted in Sin sitio on septiembre 24, 2007 by siralsenbert

 

Cada movimiento que haces. Drew Darcy

Y la protagonista femenina se llama Mertxe Etxarri.

Y hasta el sábado, pollos.

“Mertxe Etxarri. A continuación, el esquema contrario con final inverosímil: las aventuras sentimentales de la alegre y desdichada Mertxe Etxarri, una antigua compañera de Isabel en el instituto.

Empezaré por el prinicipio. Hace unos seis o siete años, Mertxe conoció a Paul Morgan, un irlandés de Slingo, un pelirrojo alto y flaco. Ella acudía a clases de inglés pagadas por la empresa y él era el profesor nativo.

Una noche se citaron para cenar juntos y unos meses después se casaron. Tienen dos hijas: dos niñas pelirrojas y encantadoras a las que, naturalmente, malcrían concediéndoles los caprichos más innecesarios y delirantes. De manera que, en teoría, todo marcha maravillosamente bien.

Sin embargo, una tarde de viernes, la alocada Mertxe Etxarri sale a dar una vuelta por ahí con un par de amigas. Entran en algunos bares, se animan bebiendo y en un momento indeterminado entre la una y las tres de la madrugada se lía con un simpático desconocido y decide quedarse a tomar con él una última copa. Les dice a sus amigas que va a quedarse con ese tipo, les asegura que está bien y se despide de ellas entre risas.

Sólo unos minutos más tarde se da cuenta (es decir, tiene de repente la certeza absoluta) de que va a perder el control por completo. Y de que va a cometer una locura. El desconocido es un francés de Lyon veinte años mayor que ella. Un individuo llamado Marcel Proust, que se la tira tres veces seguidas, primero en los servicios del bar, contra el lavabo, luego en las escaleras de un portal y por último en un aparcamiento al aire libre, sobre el capó de su propio coche, un Peugeot 406 negro, con los cristales tintados.

Según palabras de Morgan, se trataba de un perfecto SST, es decir, un “Sexual Specialist Technician” (algo así como un técnico sexual especializado). Y, por supuesto, un canalla. Porque lo que podía haber quedado reducido al sencillo arrebato adúltero de una noche extraviada resulta fatalmente elevado a la categoría de Rapto Amoroso Extremo de Consecuencias Imprevisibles. De manera que la ingenua Mertxe y su amante Marcel se sienten abocados sin remedio a la infausta pasión. Y a reproducir una vez más, y probablemente a su pesar, la vieja fórmula de la ingenua y el canalla: otra ecuación tan habitual como desdichada.

Porque, por supuesto, ella sabe muy bien que su marido irlandés es aproximadamente un buen tipo. Sabe que a su lado viviría una vida, pongamos, para no exagerar demasiado, moderadamente dichosa. Y sabe también que es bizarro individuo de aliento perfumado que ahora pone la lengua entre sus piernas y cuyo mayor encanto radica en su habilidad para tratarla como a una auténtica zorra es, en efecto, eso: un canalla. Alguien que la volverá loca, la arrastrará un poco por el fango y luego, mejor pronto que tarde, se cansará de ella y la abandonará.

Lo sabe desde el principio. Desde el momento en que lo vio sonreír acodado en la barra con el vaso en la mano. Pero, sencillamente, no puede evitarlo. Y así se lo dice a sí misma, mirándose en el espejo colocado en el techo, encima de la cama, cada vez que él la aferra por la cintura, la sopesa, la tuerce, la alza y la voltea. Así se lo dice y se lo repite, como si intentara disculparse ante la humanidad entera, una y otra vez: No puedo evitarlo, no puedo evitarlo.

Pero no acaba ahí la historia, porque, entretanto, Paul Morgan tiene algo importante que hacer: tiene que arreglar su vida. Tiene que buscarse un nuevo alojamiento a toda velocidad. Y no sabe dónde ir. No tiene familia. No dispone de dinero suficiente. Se siente muy desdichado y todo lo demás. Decepción, soledad, temor: todos esos sentimientos mezclados.

¿Y qué ocurre? ¿Qué rumbo toma su vida? El más inverosímil, desde luego. Así son las cosas. No se contentan con la hermosa sencillez: tienden a complicarse. Y lo hacen siempre de la manera más insospechada. Ahora resulta que la madre de Mertxe Etxarri desaprueba rotundamente el comportamiento de su hija. No le perdona lo que ha hecho. Y siente, por otro lado, un gran afecto (un afecto maternal, dejémoslo convenientemente claro) por el simpático irlandés. Verlo sin recursos le parte el alma. De modo que se ofrece a ayudarle. Y lo hace de la manera más encantadora. Lo hospeda precisamente en el antiguo cuarto de su ex mujer: el típico cuarto familiar de chica joven, tal como ella lo dejó para casarse. Con todas sus cosas de niña colocadas por ahí, sus viejas fotos y todo lo demás. Una situación curiosa. Una situación extraña y supuestamente provisional que se prolonga ya a lo largo de casi diez meses.

Chivite en Insomnio

Sin puto borrador 1

Posted in Sin sitio on septiembre 23, 2007 by siralsenbert

 

El niño de la E. Rubén Sánchez

Hoy no me voy a complicar. Entre hoy y mañana –espero- voy a prescindir de los putos borradores que escribo en este blog.

Entre hoy y mañana simplemente voy a transcribir dos historias sencillas, muy sencillas que han hecho que me pare, de una vez por todas, a reflexionar detenidamente sobre el fenómeno. En la primera, el protagonista es masculino; en la segunda, la de mañana, femenino. No son mías sino de Fernando Luis Chivite, un autor que he descubierto este verano. Las historias están recogidas en su libro Insomnio y están editadas por Acantilado. Es un libro que recomiendo para todos los treintañeros que circundan este blog que creo, son la mayoría.

Pues os lo dejo aquí. La sencillez de esta narración es capaz de provocar…

“Hay una tumefacción emocional por todos los lados. Una infección de los sentimientos que está empezando a hacer estragos. Eso es lo que creo.

Sólo algunos ejemplos cercanos contados con rapidez.

Maxi López y Elen Yanci (una de las hermanas del poeta Javier Yanci) se casaron en el 91. Un tiempo después, vieron que no podían tener hijos y, como es lógico, ese tema les obsesionó. No podían pensar en otra cosa. Rápidamente iniciaron los trámites para la adopción de una niña china.

El proceso fue largo y acabó hace un par de años. Viajaron a Pekín, entregaron la suma de dinero que les habían pedido y cuarenta días más tarde regresaron con la niña y todos los papeles en regla. En el mismo avión había otras parejas de padres adoptivos como ellos y por un momento se sintieron todos extraordinariamente solidarios felices. Incluso hablaron de seguir manteniendo el contacto e intercambiaron direcciones y números de teléfono.

Sin embargo, sólo un par de semanas después, Elen descubrió que estaba embarazada. El programa de estimulación de la fertilidad para casos desesperados al que llevaba tiempo sometiéndose había sorprendentemente dado al fin resultado. Iba a ser madre. Y no sólo eso: iba a tener mellizos. Después de ocho años de matrimonio, Elen y Maxi se encontraron con que, en poco menos de diez meses, tenían tres hijos.

Pues bien, la noticia ahora es que Maxi se va de casa. Abandona la nave. Huye despavorido. Ha conocido a otra mujer (por supuesto, una malvada) y juntos han formado la típica pareja del imbécil y la malvada: un esquema que se repite hasta la saciedad.”

Tolerancia desbordada

Posted in Sin sitio on septiembre 22, 2007 by siralsenbert

 

 

Imagen de Ouka Leele

 

¿Somos demasiado tolerantes con la estupidez? ¿Qué nos queda?

Sí, creo que sí. A lo sumo, entre guiño y guiño de ojos, contestamos a la estupidez con una mueca mal avenida y una sonrisa falsa. Hay que guardar la compostura; y nuestro nombre, y nuestra fama, y nuestro culo. Se trata de parecer, de aparentar, mejor escrito; se trata de llegar al no ser pero al mismo tiempo ser gachó tolerante con la estupidez del que tenemos enfrente. Me río y le doy el gusto. Él o ella se regocijan en la corrida de satisfacción que les sobreviene cuando me hago cómplice de su gi-li-po-llez.

Pero, ¿y si no fuésemos condescendientes con la estupidez ajena? No, no, no, eso no es caridad. Alienar mi comportamiento al de la gilipollez ajena, lo tengo comprobado, te hace si cabe más estúpido que el tonto que tienes delante de tus narices. Quizás quepa zanjar la relación, quepa meter en el cubo de la basura, esas mis muecas falsas, quepa –y la satisfacción será mía, creedlo- contemplar la expresión del que tienes enfrente cuando en un ataque borde –hoy se le llama así- le dices con toda tu boca, toda tu laringe y todos tus pulmones: ¡estúpido, que no eres más gilipollas porque no entrenas, so chalao!

Buscaba chispas

Posted in Sin sitio on septiembre 17, 2007 by siralsenbert

El último testigo de otra lógica. Braco Dimitrijevic

No iba a escribir nada esta noche pero me ha vuelto a llamar Carlangas, el amigo que se ha quedado con mi dedo corazón. Me llama todas las semanas el viernes desde hace cuatro años.

Tengo pocos amigos. Es difícil tener amigos. Los tengo todos en los dedos de una mano. Felipe en el pulgar, Domingo en el índice, Carlangas en el corazón, Fidel en el anular y el mariquita David, en el meñique. Las amigas, en la otra, en la derecha.

Me ha llamado Carlos. Anda preocupado por la vida. Me pregunta siempre qué ha de hacer cuando no le encuentra ningún aliciente a nada de lo que le hace y de lo que le rodea. Que todo lo que le hacía ilusión se ha quedado en la veintena. Que no sabe buscar chispas, que la treintena le aburre. Que no sabe hacer fuego con lo que le sucede. Que se enfría, que no arde nada de lo que tiene ahora. Que se enfría, que se hiela, que le da un por culo estar así que ni me imagino, dice; me dice.

Sí, le aburre su trabajo, le aburre su rutina, le aburre la lectura, le aburre la escritura, le aburren los partidos de fútbol, le aburre Fernando Alonso, le aburre la veinteañera que tiene por secretaria, le aburre su jefe, le aburre todo ser que intenta entablar conversación con él para hablar de lo mismo: del tiempo, del fútbol, del euribor, de los cuernos de Bastián, de la zorra de Teté, del cabrón de Nicolás, de los precios del Carrefour comparados con los del Mercadona. Se aburre, ¡coño!, sí, se aburre. En otra época de nuestras vidas le hubiese recomendado que se tomara un LSD y dejase volar la imaginación. Algunos gilipollas se han tirado por el balcón para experimentar todo lo “full” que contiene la experiencia. Pero ni creo en el LSD ni en el suicidio.

He encontrado la solución. La encontré hace cuatro años más que nada porque le conozco; conozco su exacerbado perfeccionismo y hace ni más ni menos que cuatro años le dije: Carlangas, escribe una carta de despedida del mundo y después, con un par de cojones, te cortas alguna vena principal de tu raquítico cuerpo, por ejemplo, la que recorre tu pene erecto cuando estás excitado. Es la mejor manera de dejar el mundo. Pero antes, Carlangas, antes, no se te olvide, una carta como las que tú escribes.

Lleva cuatro años escribiendo y tirando a la basura cada jueves por la noche una carta; otra imperfecta.

La escritura lo está salvando. Quien diga que no, miente como un bellaco; o bellaca.

Buenas noches, pollos.   

 

Me los fabrica ella

Posted in Sin sitio on septiembre 15, 2007 by siralsenbert

 

 

Bienvenido al Paraíso de Carlos Cenoz

Ayer pedí a Maria Tomate que me fabricase un sueño para la noche del sábado al domingo. Se lo pedí con mucha fe, con toda la que me queda a estas alturas de la vida. María Tomate me contestó que si no le contaba qué quería soñar no podía fabricármelo; no sólo eso, tampoco podría envolvérmelo en papel celofán verde. Me gusta el verde. Es mi color favorito.

Yo quería un sueño y recurrí a ella. No me lo pensé dos veces. Tampoco me siento culpable por ello. Es más, sabiendo que voy a tener un sueño hecho a medida por María Tomate, he recorrido este viernes con una ilusión inenarrable, como hacía tiempo que no me ocurría. Le he facilitado los ingredientes. Sí, le he pedido que en el sueño hubiese agua, café y whisky; ah, y una sierra como la de Cazorla. Y dos mujeres morenas. Y un pastor alemán. Las mujeres, a pesar de lo que podáis pensar, no las incluí por nada especial. La razón es que no entiendo el firmamento sin ellas. Tampoco consigo comprenderlo sin el agua, sin el café, sin el whisky  y sin las serranías y sierras de Andalucía. Es sábado. Mañana dispondré de él. Estará recién horneado. María Tomate me quiere y sé que lo ha configurado con cariño. Os lo cuento si me aburro. Si no, lo siento, pollos. (Iba a escribir algo procaz pero no era la ocasión)