Cada movimiento que haces. Drew Darcy
Y la protagonista femenina se llama Mertxe Etxarri.
Y hasta el sábado, pollos.
“Mertxe Etxarri. A continuación, el esquema contrario con final inverosímil: las aventuras sentimentales de la alegre y desdichada Mertxe Etxarri, una antigua compañera de Isabel en el instituto.
Empezaré por el prinicipio. Hace unos seis o siete años, Mertxe conoció a Paul Morgan, un irlandés de Slingo, un pelirrojo alto y flaco. Ella acudía a clases de inglés pagadas por la empresa y él era el profesor nativo.
Una noche se citaron para cenar juntos y unos meses después se casaron. Tienen dos hijas: dos niñas pelirrojas y encantadoras a las que, naturalmente, malcrían concediéndoles los caprichos más innecesarios y delirantes. De manera que, en teoría, todo marcha maravillosamente bien.
Sin embargo, una tarde de viernes, la alocada Mertxe Etxarri sale a dar una vuelta por ahí con un par de amigas. Entran en algunos bares, se animan bebiendo y en un momento indeterminado entre la una y las tres de la madrugada se lía con un simpático desconocido y decide quedarse a tomar con él una última copa. Les dice a sus amigas que va a quedarse con ese tipo, les asegura que está bien y se despide de ellas entre risas.
Sólo unos minutos más tarde se da cuenta (es decir, tiene de repente la certeza absoluta) de que va a perder el control por completo. Y de que va a cometer una locura. El desconocido es un francés de Lyon veinte años mayor que ella. Un individuo llamado Marcel Proust, que se la tira tres veces seguidas, primero en los servicios del bar, contra el lavabo, luego en las escaleras de un portal y por último en un aparcamiento al aire libre, sobre el capó de su propio coche, un Peugeot 406 negro, con los cristales tintados.
Según palabras de Morgan, se trataba de un perfecto SST, es decir, un “Sexual Specialist Technician” (algo así como un técnico sexual especializado). Y, por supuesto, un canalla. Porque lo que podía haber quedado reducido al sencillo arrebato adúltero de una noche extraviada resulta fatalmente elevado a la categoría de Rapto Amoroso Extremo de Consecuencias Imprevisibles. De manera que la ingenua Mertxe y su amante Marcel se sienten abocados sin remedio a la infausta pasión. Y a reproducir una vez más, y probablemente a su pesar, la vieja fórmula de la ingenua y el canalla: otra ecuación tan habitual como desdichada.
Porque, por supuesto, ella sabe muy bien que su marido irlandés es aproximadamente un buen tipo. Sabe que a su lado viviría una vida, pongamos, para no exagerar demasiado, moderadamente dichosa. Y sabe también que es bizarro individuo de aliento perfumado que ahora pone la lengua entre sus piernas y cuyo mayor encanto radica en su habilidad para tratarla como a una auténtica zorra es, en efecto, eso: un canalla. Alguien que la volverá loca, la arrastrará un poco por el fango y luego, mejor pronto que tarde, se cansará de ella y la abandonará.
Lo sabe desde el principio. Desde el momento en que lo vio sonreír acodado en la barra con el vaso en la mano. Pero, sencillamente, no puede evitarlo. Y así se lo dice a sí misma, mirándose en el espejo colocado en el techo, encima de la cama, cada vez que él la aferra por la cintura, la sopesa, la tuerce, la alza y la voltea. Así se lo dice y se lo repite, como si intentara disculparse ante la humanidad entera, una y otra vez: No puedo evitarlo, no puedo evitarlo.
Pero no acaba ahí la historia, porque, entretanto, Paul Morgan tiene algo importante que hacer: tiene que arreglar su vida. Tiene que buscarse un nuevo alojamiento a toda velocidad. Y no sabe dónde ir. No tiene familia. No dispone de dinero suficiente. Se siente muy desdichado y todo lo demás. Decepción, soledad, temor: todos esos sentimientos mezclados.
¿Y qué ocurre? ¿Qué rumbo toma su vida? El más inverosímil, desde luego. Así son las cosas. No se contentan con la hermosa sencillez: tienden a complicarse. Y lo hacen siempre de la manera más insospechada. Ahora resulta que la madre de Mertxe Etxarri desaprueba rotundamente el comportamiento de su hija. No le perdona lo que ha hecho. Y siente, por otro lado, un gran afecto (un afecto maternal, dejémoslo convenientemente claro) por el simpático irlandés. Verlo sin recursos le parte el alma. De modo que se ofrece a ayudarle. Y lo hace de la manera más encantadora. Lo hospeda precisamente en el antiguo cuarto de su ex mujer: el típico cuarto familiar de chica joven, tal como ella lo dejó para casarse. Con todas sus cosas de niña colocadas por ahí, sus viejas fotos y todo lo demás. Una situación curiosa. Una situación extraña y supuestamente provisional que se prolonga ya a lo largo de casi diez meses.
Chivite en Insomnio